miércoles, 31 de agosto de 2011

Ginebra.....


–Hace algún tiempo, estuve en Ginebra para conceder una serie de en-trevistas. Al final de un día de trabajo, como una amiga había cancelado la cena, salí a caminar por la ciudad. La noche era particularmente agradable, las calles estaban desiertas, los bares y los restaurantes lle-nos de vida, todo parecía en absoluta calma, en orden, bonito, y de repente..




»... de repente me di cuenta de que estaba completamente solo.
»Es evidente que ya he estado muchas veces solo este año. Es evidente que en algún lugar, a dos horas de vuelo, mi novia me esperaba. Es evidente que, después de un día agitado como aquél, nada mejor que caminar por las callejuelas y los callejones del casco viejo, sin necesi-dad de hablar de nada con nadie, simplemente contemplando la belleza a mi alrededor. Pero la sensación que tuve fue un sentimiento de sole-dad opresora, angustioso; no tenía con quién compartir la ciudad, el paseo, los comentarios que me gustaría hacer.
»Cogí el teléfono móvil; después de todo, tenía un número razonable de amigos en la ciudad, pero era tarde para llamar a cualquiera. Consideré la posibilidad de entrar en uno de los bares, pedir algo de beber; casi con toda seguridad, alguien me reconocería y me invitaría a sentarme a su mesa. Pero resistí la tentación y procuré vivir aquel momento hasta el final, descubriendo que no hay nada peor que sentir que a nadie le importa el hecho de que existamos o no, que no les interesan nuestros comentarios sobre la vida, que el mundo puede seguir andando perfec-tamente sin nuestra presencia incómoda.
»Empecé a imaginar cuántos millones de personas en aquel momento estaban seguras de que eran inútiles, miserables, por más ricas, agra-dables y encantadoras que fuesen, porque estaban solas aquella noche, y el día anterior también, y posiblemente estuvieran solas al día si-guiente. Estudiantes que no encuentran con quién salir, personas ma-yores delante de la televisión como si fuese la última salvación, hom-bres de negocios en sus habitaciones de hotel, pensando en si lo que hacen tiene algún sentido, mujeres que se han pasado la tarde arre-glándose y peinándose para ir a un bar, fingir que no buscan compañía, simplemente les interesa confirmar si todavía son atractivas; los hom-bres miran, buscan conversación, y ellas descartan cualquier acercamiento con aire de superioridad porque se sienten inferiores, tienen miedo a que descubran que son madres solteras, empleadas en algo sin importancia, incapaces de charlar sobre lo que sucede en el mundo, ya que trabajan de la mañana a la noche para sustentarse y no tienen tiempo de leer las noticias del día.

»Personas que se han mirado al espejo, se creen feas, piensan que la belleza es fundamental, y se conforman pasando el tiempo leyendo re-vistas en las que todos son guapos, ricos, famosos. Maridos y mujeres que han terminado de cenar, a los que les gustaría estar hablando co-mo hacían antes, pero hay otras preocupaciones, otras cosas más im-portantes, y la conversación puede esperar hasta un mañana que no llega nunca.
»Aquel día había comido con una amiga que acababa de divorciarse, y me decía: «Ahora tengo toda la libertad con la que siempre he soña-do.» ¡Es mentira! Nadie quiere ese tipo de libertad, todos nosotros que-remos un compromiso, una persona que esté a nuestro lado para ver las bellezas de Ginebra, discutir sobre libros, entrevistas, películas o compartir un sandwich porque el dinero no da para comprar dos. Mejor comer la mitad de uno que comerlo entero. Mejor ser interrumpido por el marido que desea volver pronto a casa porque hay un importante partido de fútbol en la televisión, o por la mujer que se detiene delante de un escaparate e interrumpe el comentario sobre la torre de la cate-dral, que tener Ginebra entera para uno mismo, todo el tiempo y el so-siego del mundo para visitarla.
»Es mejor tener hambre que estar solo. Porque cuando estás solo, y no hablo de la soledad que escogemos, sino de la que nos vemos obligados a aceptar, es como si ya no formases parte de la raza humana.
»El bonito hotel me esperaba al otro lado del río, con una suite cómoda, empleados atentos, servicio de primerísima calidad, y eso me hacía sentir peor porque debería estar contento, satisfecho con todo lo que había conseguido.
»En el camino de vuelta, me crucé con otras personas que se encontra-ban en la misma situación que yo, y noté que tenían dos tipos de mira-das: arrogantes, porque querían fingir que habían escogido la soledad en aquella hermosa noche, o tristes, avergonzadas de estar solas.
»Cuento todo esto porque recientemente me acordé de un hotel en Ámsterdam, de una mujer que estaba a mi lado, que hablaba conmigo, que me contaba su vida. Cuento todo eso porque, aunque el Eclesiastés diga que hay tiempo de romper y tiempo de coser, a veces el tiempo de romper deja cicatrices muy profundas. Peor que caminar solo y miserable por Ginebra, es tener a alguien a nuestro lado y hacer que esa persona se sienta como si no tuviese la menor importancia en nuestra vida.


paulo cohelo

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